miércoles, 23 de marzo de 2016

Un Jueves Santo en el doloroso Prendimiento

25 años de un suceso luctuoso que la Providencia repuso con creces espirituales

JUEVES SANTO, 4 de abril de 1996, y como todos los Jueves Santos, día del Amor fraterno con la institución de la Eucaristía, un festivo día soleado, que se tornaría en la oscura luz.  Era habitual, que quienes teníamos responsabilidades cofrades, a primera hora de la mañana, tras haber estado en las recogidas de las Cofradías del Prendimiento y Los Estudiantes,  nos encamináramos camino de nuestras iglesias, a nuestras Cofradías penitenciales, donde horas más tarde, realizarían la correspondiente Estación de Penitencia.

Nada nos hacía presagiar, ni en los periódicos recién comprados, ni escuchando las noticias a esa hora, pero al llegar, detectábamos que algo ocurría, al visualizar desde la distancia, que quienes se habían adelantado y ya estaban presentes, en vez de estar con las tareas habituales, estaban llorando y otros con rostros apesadumbrados. No nos podíamos creer lo que nos contaban en ese momento, no dábamos crédito, parecía una broma de mal gusto, el peor de los presagios que podíamos pensar, el hecho luctuoso más impactante tras la quema de imágenes durante la Guerra inCivil, “la Cofradía del Prendimiento se había quemado”. Esta fue la primera expresión que escuchábamos tras fijarnos  con ansiedad en cada uno de los que estábamos en la iglesia de los franciscanos.   

De ahí, marchábamos a paso ligero, sin apenas cruzar alguna palabra, camino de la Catedral, haciendo elucubraciones de qué habría podido pasar, otros comenzaban a realizar juicios de todo tipo, más propio de apenados sentimientos, que de racionalidad empírica. Al llegar a la plaza de la Catedral, sentíamos una especie de “mariposeo estomacal”, nos encontramos con hermanos de la Cofradía del Prendimiento, que apenas podían dirigir y gesticular palabra, solo  miradas globalizadas perdidas en la eternidad del espacio. Impresionante el dolor.
Una vez en el interior del templo catedralicio y al ver como habían quedado el paso Bajo Palio de la Virgen de la Merced y el paso del fervoroso y devocional Jesús Cautivo de Medinaceli, se me vino al sentir del corazón y del alma,  la  octava Estación de Vía Crucis, cuando Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos…”.
El día fue avanzando a lentitud, un id y venir, y a pesar de los pesares que producían en un primer momento la congoja de cuantos amamos vocacionalmente la Semana Santa como expresión de la real representación de la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo del Hombre y de Dios, comenzaron a surgir providencialmente el consuelo ante tanta amargura y angustia. La Providencia se hizo presente, como un Arquitecto, y la esperanza se hizo una realidad pública y notoria.

Comenzó a recibir la Cofradía del Prendimiento, como agua de mayo primaveral, un cúmulo de ofrecimientos de carácter espiritual y material, que permitió que la Sacramental y Concepcionista Hermandad, en solo un año litúrgico, se convirtiese fraternalmente en la “Cofradía del pueblo”, de toda una sociedad civil almeriense, que junto con sus autoridades civiles y religiosas, surgieron el compromiso de llevar a puro y debido efecto, la restauración de todo el patrimonio religioso que las llamas de un alegórico purgatorio habían calcinado.

El Cautivo de Medinaceli durante su bendición sagrada, fue expresión genuina del catolicismo popular, denominándose por esta religiosidad del pueblo como “El Señor de Almería”, y tras Él, su Beatísima Madre, María Santísima de la Merced en sus Misterios Dolorosos y Ánimas Benditas del Purgatorio, al volver el siguiente Miércoles Santo a ser la Reina y Soberana del Prendimiento de Jesús en Getsemaní. Las bendiciones de las nuevas imágenes en total comunión eclesial, fue todo un clamor de amorosa fraternidad entre todas las Hermandades y Cofradías de Almería y la sociedad civil almeriense que se sumó con gozo a recuperar con la mayor celeridad que Almería fuese más cofrade y más nazarena.
Este hecho supuso en el concierto cofrade de la capital, un punto de inflexión para dar testimonio a los fieles, cofrades y no cofrades, que la religiosidad popular almeriense había alcanzado un recto proceder de madurez pastoral en la Agrupación de Hermandades y Cofradías al volcarse en cooperar y colaborar junto con la participación de otras entidades públicas y privadas y personas físicas y jurídicas en recuperar, no solo el patrimonio desaparecido tras el incendio, sino también la restauración de todo aquello que se vio afectado por el humo y las cenizas que se desprendieron en el interior de la Catedral y las Cofradías que tienen su erección canónica en dicha sede episcopal.

Rafael Leopoldo Aguilera
Artículo publicado en el Diario de Almería 23.03.2016

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