lunes, 16 de junio de 2014

Celibato por amor de Cristo

En su viaje de regreso de Tierra Santa, el Papa Francisco afirmó, en respuesta a una pregunta de los periodistas, que ‘el celibato no es un dogma de fe’ . Lo cual no es novedad. Sin embargo, de inmediato saltaron las especulaciones. Ignorantes o perversos, dijeron que el Papa había abierto la puerta para eliminar el celibato sacerdotal, lo cual es absolutamente falso.La ratificación de Pablo VI en Sacerdotalis caelibatus (24-VI-1967) no se cambia a la ligera: El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo

’ (n. 1). Pensarnos, pues, que la vigente ley del sagrado celibato debe también hoy, y firmemente, estar unida al ministerio eclesiástico; ella debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia, y debe cualificar su estado de vida’ (n. 14). Extrañala agresividad contra el celibato en el catolicismo, cuando se da en varias religiones. Aquí, el pasado 10 de junio Rafael Leopoldo Aguilera Martínez ha publicado un lamentable artículo, Célibe a coste laboral, muy a tono con el desbarre postconciliar de hace cuarenta y cinco años. No cabía esperar esta deriva en el autor, católico convencido. De todo católico se espera -al menos- información correcta sobre su propia religión, máxime de un cofrade que ha tenido responsabilidades. Respeto la opinión, pero, máxime tratándose de alguien estimado, discuto la argumentación y los juicios vertidos. En su blog, Aguilera Martínez muestra la obra El celibato eclesiástico ante la Biblia, la Psicología y la Historia, de Mauro Rodríguez Estrada, publicada en México, 1969. La foto suscita un par de interrogantes: ¿es imagen decorativa o lo ha leído? En el segundo caso ¿ha criticado su contenido? Descubro, con pesar, que se trata de un ex-salesiano que derivó en librepensador. Quiso permanecer católico, tal vez de forma heterodoxa. Nada nuevo. Rodríguez Estrada, ¿quería aportar algo constructivo al debate? ¿O buscó excusar la propia defección? Más bien esto último. Sugiero la lectura de Siervos de Cristo, de Karl Rahner, que permaneció fiel, lealmente crítico, como tantos buenos curas almerienses de todos los tiempos. Y, desde luego, releer la Sacerdotalis caelibatus, clarificadora, que desmonta las objeciones. En el referido artículo, Rafael Aguilera parte de una premisa falsa: considera el celibato como mero decreto administrativo. Opina que carece de fundamento evangélico, afirmando que fue impuesto en el siglo XVI. Contra semejantes infundios, cabe recordar que Cristo permaneció virgen. Jesús no llama a una tarea común, sino a ser ‘pescadores de hombres’ (Mt 4,19). El Señor llama a una unión especial con Él, siendo -libremente- ‘eunucos por el reino de los cielos’ (Mt 19,3-12). La Iglesia primitiva valoró el celibato por el reino de los cielos, dedicarse sólo al Señor y a sus cosas (1 Cor 7,33-35). Es claro que no es vinculante sólo cuanto viene de un mandato de Cristo, ni hacemos caso de todo lo que viene de Cristo -a la vista está-, como eso de ‘el que a vosotros escucha, a mí me escucha’ (Lc 10,16). El celibato no tiene origen en una legislación arbitraria y tardía. Se decreta la ley porque tiene raíces antiguas y motivaciones poderosas. El celibato fue un hecho positivo en la Iglesia Apostólica. Al principio ya pareció imprescindible liberar a algunos para ‘dedicarse a la oración y el ministerio de la palabra’ (Hch 6,4). Enseguida surgen los ascetas, las vírgenes, el monaquismo. Mientras tanto, se condena el encratismo. Hay una acentuación progresiva en la exigencia del celibato. En el concilio de Elvira (ca. 300) ya se prohíbe el uso del matrimonio por los clérigos. Al fin de la alta Edad Media se ha generalizado el celibato. En las Iglesias orientales se elige a los obispos entre los célibes. Con dificultades e incoherencias, comunes a cada estado de vida. Nunca fue tolerado el matrimonio tras la recepción de órdenes mayores; siempre estuvo prohibido continuar la vida conyugal después de la ordenación a los ya casados. Se proclamó la nulidad del matrimonio que pretendieran contraer los clérigos. La inobservancia nunca ha conducido a la abrogación, sino a la reforma de la propia Iglesia. En el I concilio de Letrán (1123) encontramos claramente formulada la obligación del celibato para los ministros ordenados. Y así sucesivamente. Después, Aguilera niega que el celibato sea un don o un carisma. En realidad es una gracia que Dios da a algunos (Mt 19,11-12), siempre en beneficio del conjunto de la Iglesia (Vid. Sacerdotalis caelibatus, n. 54.) Afirma el artículo un punto probablemente tomado del mexicano: ‘No es cuestión de saber que este tipo de medida, de carencias afectivo-sexuales que padece un sacerdote, puede llegar a una frustración vital u otras causas de índole emocional’. Veamos: ¿Los casados y solteros carecen de problemática psicológica? ¿Son inmunes a las patologías los libertinos? Obviamente, no. Existen individuos sanos e individuos enfermos, en algún grado. Contra Rodríguez Estrada, el mismo Sigmund Freud constata la posibilidad de sublimación. En la época del libro en cuestión, buenos especialistas como Marc Oraison o Antoine Vergote defendían la posibilidad del celibato. “La experiencia nos dice que una gran parte del clero goza de buena salud física, psicológica y social” Mons. Juan Mª URIARTE, “Crecer como personas para servir como pastores” en COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO, La formación humana de los sacerdotes según Pastores dabo vobis, Madrid, Edice, 1994, pp. 8-49; p.10. A veces surgen quienes, como el mexicano, “subrayan más las dificultades que las posibilidades, la patología que la normalidad. A menudo extienden a la mayoría del presbiterio los rasgos problemáticos que pertenecen a la minoríaibídem. Una falsificación de la realidad fácil de hacer para el matrimonio u otros grupos. En todo caso, debemos considerar que “Los desajustes y la negatividad, que sin duda existen en la configuración concreta del ideal, no anulan, ni mucho menos, sus valores profundos y positivos. Y, a pesar de todos los posibles fallos y fracasos, esos valores se muestran más que suficientes para sostener una vida no sólo verdaderamente humana, sino que en muchos casos propicia incluso la eclosión de realizaciones que cabe contar entre las más altas y extraordinarias de la humanidad (lo hemos visto para los ‘santos’ de ayer, pero se da igualmente en muchas vidas ejemplarmente heroicas de hoy)” Andrés TORRES QUEIRUGA, “El clérigo de Drewermann: entre el constructo teórico y la reforma necesaria” en José Ignacio GONZÁLEZ FAUS-Carlos DOMÍNGUEZ MORANO-Andrés TORRES QUEIRUGA, ‘Clérigos’ en debate, Madrid, PPC, 1996, pp. 129-226; p. 183-184. D. Rafael remata con un juicio personalizado: ‘Pero como laboralista, detrás de todo esto puede ser que sean cuestiones de tipo socio-laboral, ya que tener el carácter de célibe en el clero, le convierte en una gran masa de mano de obra barata y de alto rendimiento, y dotada de una movilidad geográfica y de una sumisión y dependencia jerárquica absoluta.’. Al menos concede un margen de duda a su hipótesis. Históricamente, las serias condiciones del discipulado -libre llamada de Jesús, libre respuesta de adhesión, acoger su enseñanza, calcar la propia conducta a la suya, renuncias (Mt 8,19-22) compartir su destino…- como la cruz, suelen parecer necedad, locura, al mundo (1 Cor 1,18). Pero es muy grande seguir ‘al Cordero adondequiera que vaya’ (Ap 14,4). El discípulo fiel tendrá un premio de dicha eterna (Jn 12,26). Además, resulta chocante que todo un consumado Graduado Social como el Sr. Aguilera desconozca que el sacerdote es dueño de su patrimonio -caso de tenerlo-, y testa con libertad.


En definitiva, en este desdichado escrito, y en el libro que lo inspira, subyace -aparte de otros factores- el espanto por la renuncia, que es valor evangélico. Con razón mencionó Gandhi, entre las cosas que destruirán el mundo, una religión sin sacrificio. Y eso viene a ser un cristianismo sin cruz. De ninguna manera cabe un cristianismo como mera adscripción, ni un sacerdocio como simple profesión. Continúa, amigo Aguilera, buscando la renovación de la Iglesia. Por favor, no en la demoledora dirección esterilizante de nuestra niñez, sino al estilo conciliar -lo que expongo en el trabajo que conoces-, como pide el Papa Francisco, en orden a la misión (Evangelii Gaudium, nn. 27, 31, 33)



Muy Ilustre Sr. D. Francisco J. Escámez Mañas

Canónigo y archivero

Párroco y consiliario


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