La Iglesia proclama que esta esperanza de participar de la gloria de Cristo se ha realizado plenamente en la Virgen María, y por eso la invocamos como «Reina y Señora», vida y esperanza nuestra. Ejemplo de fe consumada, María Reina es para la humanidad un anticipo de nuestra esperanza de reinar con Cristo para siempre. La glorificación de María fue muy pronto vivida por la Iglesia como realidad acontecida, y la muerte de la Virgen fue vista por la tradición cristiana como un tránsito a su glorificación plena, como la dormición mediante la cual es transladada en cuerpo y alma a lo gloria de Cristo. La fiesta de la Asunción de la Virgen culmina en la memoria litúrgica de su realeza. La Iglesia la saluda con la bella antífona de Sedulio: «¡Salve, Madre santa, Virgen Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos!».
Fragmento de la Homilía pronunciada por Monseñor Adolfo González Montes, el 30 de Mayo de 2015 con motivo de la Coronación de Nuestra Señora del Carmen.
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